Probablemente sean dos preguntas que el emprendedor no se hace porque cree tenerlas en claro, pero al momento de planteárselo en profundidad, seguramente las primeras respuestas no sean satisfactorias desde el punto de vista del marketing con intenciones comerciales. ¿Quién soy? y ¿qué vendo? son dos interrogantes que no deben tomarse a la ligera si queremos elegir la mejor estrategia para darnos a conocer.

“Pienso, luego existo” [cogito ergo sum], aseguró el filósofo francés Rene Descartes allá por 1637 en su Discurso del Método, y aunque el padre de la filosofía moderna lejos estuvo de pensar en marketing al momento de escribir está mítica frase, me animo a tomarme el atrevimiento de ponerla en práctica desde una mirada comercial, con el debido respeto que su obra merece.

Es que para que una empresa pueda establecer una perspectiva futura y herramientas de correcto posicionamiento dentro de un mercado, debe tener bien en claro quién es y qué ofrece, lo cual va mucho más allá de un nombre, un logo y un producto. ¿o nosotros somos solo un número de documento, un nombre y una cara?

Es que, a lo largo de los años, las diversas corrientes han producido variantes en los enfoques que se realizan de la comunicación institucional, principalmente con fines comerciales. Esto, es reflejado por Pascale Weil (1992) que sostiene: “Mientras que antes se tendía a definir la comunicación institucional a través del mensaje, es decir, el OBJETO del discurso, a partir de ahora se presta una mayor atención al emisor, es decir, al SUJETO del discurso que es la institución” (Weil, 1992:29)

Lo que la autora afirma es que la comunicación desde las empresas ha dejado de tener relevancia en sí por lo que vende como bien o servicio materializado, sino por la experiencia, los sentimientos, la afinidad con el comprador, por su humanidad. Son muchas las marcas que me pueden ofrecer un mismo producto, ya sea igual, sustituto o complementario, pero no todas me ofrecen lo mismo como vivencia al momento de proceder con el consumo.

Es por eso que lo que se debe comunicar, para poder lograr un acercamiento aún mayor con los potenciales clientes, es la imagen corporativa de la organización. Ahora, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de esta imagen? Es la suma de la cultura organizacional, su identidad y los valores. Tres aspectos que no solo las organizaciones tienen, sino que cualquier ser humano posee.

Por supuesto que esto tiene un alto tinte de psicología y es una prueba más de la importancia que tiene realizar un trabajo interdisciplinario cuando se llevan adelante acciones de marketing para poder lograr tener un impacto de mayor efectividad.

La Cultura organizacional no dista demasiado en relación a lo que son los aspectos humanos de esta índole: idioma, tradiciones, formas de acción, costumbres, creencias, etc.

De esta manera, lo que estamos haciendo es darle humanidad a la empresa, lo cual tenemos que trabajar con la debida precaución, ya que es lo que le genera el perfil a la firma en los receptores del mensaje, mediante la percepción que estos tengan de los discursos que nosotros demos mediante esa imagen que logramos fabricar en el subconsciente, y no tan sub, de los individuos.

Stephen P. Robbins, un especialista en lo que respecta a gestión empresarial y comportamiento organizacional, asegura que la cultura es una forma de establecer fronteras de la empresa, diferenciándola del resto. Además, le brinda un sentido de identidad a quienes trabajan en la organización, generando un compromiso aún mayor, pudiendo introducir los aspectos de comunicación integrada, pero esto, lo dejamos para otro espectáculo.

Entonces, considerando esta situación, ¿tenemos en claro qué somos y qué ofrecemos?; ¿sabemos cuáles son nuestros valores, nuestra identidad y nuestra cultura?; ¿Nos planteamos misión, visión y objetivos?; es indispensable tener respuesta a todas estas preguntas para poder ser efectivo en una accionar del marketing y desde un punto de vista comercial. Por eso, pienso y luego existo como organización, para saber quién soy yo, mostrarme como soy ante el público, y diferenciarme del resto.

Esta forma de pensar a la empresa que Weil puso sobre el escenario de la teoría a principios de los noventa, cada vez toma mayor fuerza por las vías de comunicación actuales. La masividad que alcanzan las nuevas tecnologías, pero también los medios tradicionales, la enorme contaminación comercial intentando venderles a los individuos que circulan en su cotidianeidad encerrados entre cartelerías y anuncios, obliga a las empresas a ser lo más humanas posibles para hablar el mismo idioma que las personas a las cuales quiere llegar, ganarse su confianza y ahí poder dar el gran golpe: la venta.

Millones de usuarios se la pasan horas frente a sus pantallas mirando videos y fotos en las redes sociales de familiares, amigos y compañeros de trabajo. La aparición, sin ninguna confianza alguna, de nuestro producto es una disrupción de su normalidad que altera negativamente su mirada sobre nosotros, somos una molestia, un obstáculo. Ahora, si nosotros nos parecemos a lo que tiene cotidianamente frente a sus ojos, iremos metiéndonos lentamente en su normalidad, seremos uno más, se sentirá cómodo al vernos, le agradamos, somos un amigo más. Cuando queramos dar “el golpe”, tendremos la confianza necesaria para hacerlo y el impacto tendrá más chance de ser certero. Esa es la lógica de la humanización.

Ahora bien, ¿tenemos en claro desde nuestra empresa o emprendimiento, las respuestas a los interrogantes que nos hemos planteado?, ¿podríamos describirnos como si fuésemos un humano o, mejor dicho, una organización humanizada? Sin dudas es un trabajo que requiere tiempo y preparación, pero es el disparador necesario para poder pensar en generar una estrategia de marketing y comunicación efectiva, directa y que nos brinde la satisfacción necesaria de que el objetivo está cumplido: nuestra marca está posicionada.

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